1969. Los hippies consiguen llamar la atención en un mundo corrompido por las desquiciantes ansias de guerra y poder: Vietnam y la llegada del hombre a la Luna, son dos de los acontecimientos más importantes acaecidos en EEUU no sólo del año, sino también de la década. Nadie imaginaba que un festival de música, inicialmente desconocido, sin presencias destacadas y organizado en un pueblecito de Nueva York entraría a engrosar la exclusiva lista de hitos sociales universales. Todo el mundo ha oído hablar de esta cita musical, de tinte pacifista, que durante tres días consiguió ilusionar a toda una generación, que bajo el lema «Paz y amor», creyó poder cambiar el mundo.
40 años después, una película dirigida por el polivalente Ang Lee, un verdadero maestro en retratar épocas y lugares distintos, intentará desvelar los entresijos de lo que supuso su organización para algunos de sus principales actores. Basada en las memorias de Elliot Tiber, Destino:Woodstock intentará hacer crónica de aquellos días y captar el ambiente y el espíritu de lo que fue. Aunque ésta no es la primera vez que el cine retrata una de los citas festivaleras más famosas de la historia: en 1970, Woodstock, dirigida por Michael Wadleigh y montada por Marti Scorsese, logra alzarse con el Oscar a mejor película documental.
Michael Wadleigh intentó dibujar en su filme una dimensión épica del musical. Ang Lee, sin embargo, parte de sus orígenes y se centra en lo que supuso para la insignificante población de Bethel albergar uno de los festivales más famosos de la historia de los Estados Unidos . Destino:Woodstock intenta escudriñar, en clave de comedia, algunos de los secretos de su organización. Para ello, recurre a las memorias de Elliot Tiber, quizás no un actor muy importante, pero sí decisivo, en el transcurrir de los acontecimientos que hoy todo el mundo mitifica.
Elliot, protagonista indiscutible de la primera parte de la cinta, forzado por las circunstancias, no le queda más remedio que mudarse a un pueblecito del estado de Nueva York. Su familia le necesita, puesto que está a punto de perder su principal sustento de vida: un pequeño y destartalado hostal. Su objetivo es reflotar el negocio y para ello se embarca en una de las aventuras más importantes de su vida: de la noche a la mañana se convierte en el responsable involuntario de que el famoso festival de Música y Arte de Woodstock de 1969 sea todo un acontecimiento histórico.
Durante la primera parte de la película, Ang Lee pondrá su cámara a girar en torno a Elliot Tibet. Gracias a él veremos llegar a los organizadores, al público entusiasta, a los detractores y a la policía. Tibet, además, será el que introduzca la nota dramática en el filme. Su vida personal y sus circunstancias particulares servirán de excusa al director para dibujar una época y retratar una sociedad. Él, un joven judío homosexual, tendrá que enfrentarse a cuestiones existenciales como:¿Hasta qué punto los problemas de aquellos a quienes queremos puedan interferir a nuestro desarrollo y felicidad personal? ¿Dónde termina el camino de nuestros padres y empieza el nuestro?.
La segunda parte de la película, sin embargo, es más documental. Lee deja de lado a sus protagonistas iniciales y se centra más en los asistentes al festival. Reproduce las alucinógenas juergas de los allí congregados y retrata a la perfección la horda hippie que llevó al lugar, una vez concluido el festival, a ser declarado zona catastrófica. Para realizar esta parte de la película, el director se valdrá del documental de Michael Wadleigh. Imitará su recurso de la pantalla múltiple y recreará algunas escenas antológicas como la llegada de tres monjas al concierto, el baño de barro y las largas carreteras atascadas. El concierto, sin embargo, pasará a un segundo plano. Por lo tanto, que nadie vaya al cine pensando reencontrarse con las gloriosas actuaciones de Janis Joplin, Jimy Hendrix o Bob Dylan. En esta ocasión, la música solo será la excusa.
Una maravillosa producción y una imponente realización. Nadie como Ang Lee para reconstruir escenarios pasados. Una característica destacada de su cine que en este caso vuelve a poner en práctica como él sólo sabe. En definitiva, una historia inocente, que no estúpida, que acaba conmoviendo al espectador, así como divirtiéndolo y trasportándolo a un momento clave en la historia socio-cultural norteamericana. Totalmente recomendable.